1.
De la Utilidad Cardinal Aditiva a la Utilidad Ordinal Generalizada
1.2.
El aporte de Pareto:
La
utilidad ordinal y la reconstrucción de la teoría del consumidor.
2.
La Nueva Teoría del Consumidor
2.1.
Tasa marginal de sustitución y equilibrio del consumidor
2.2.
Efecto sustitución y efecto renta
3.
De la Economía Marshaliana del Bienestar al Óptimo de Pareto
3.1.
La aproximación Marshalliana.
3.1.1.
Un ejemplo: los efectos sobre el bienestar de los impuestos y subvenciones.
3.2.
El óptimo paretiano y la concepción del bienestar de Pareto
3.3.
El principio de compensación
3.4
Generalización
3.5.
Las prolongaciones del análisis marshaliano: la economía
del bienestar de Pigou
7 de diciembre de 1998
El cambio de siglo coincidió con una profundización y una renovación notable de los instrumentos construidos por los primeros maestros del pensamiento marginalista. Esta renovación es, en primer lugar, conceptual y afectará de forma radical a las nociones fundamentales de la economía neoclásica. Así, la noción de utilidad cardinal, en que se basaron implícita o explícitamente las primeras formulaciones, será abandonada en beneficio de la utilidad ordinal; es decir, la representación de las preferencias mediante una función de medida será sustituída por clasificación de las mismas en una relación de orden. El artesano de esta renovación conceptual es Wilfredo Pareto. En segundo lugar, la revisión sirve para aumentar la potencia de los instrumentos analíticos.Así, las funciones aditivas de utilidad marginal decreciente se abandonan en beneficio de las funciones índices generalizadas y de las curvas de indiferencia; Edgeworth es el iniciador de esta renovación instrumental y Pareto el continuador.
Esta doble revisión conceptual e instrumental se convierte en la base sobre la que se construye una interpretación igualmente renovada del comportamiento del consumidor, que también está asociada al nombre de Pareto, y que alcanza su culminación en la obra de Hicks, Valor y Capital, (1939)(1). Al mismo tiempo, como las satisfacciones no pueden ser objeto de comparaciones interpersonales, el nuevo concepto de utilidad no dejará de poner en duda la teoría del óptimo y la concepción marshalliana de la economía del bienestar; en este campo, también, el aporte de Pareto es fundamental; pero no tanto como para eclipsar el aporte de Cambridge y especialmente la obra de Pigou.
El objetivo de esta unidad del programa consiste en estudiar los desarrollos teóricos mencionados arriba. Sin embargo, vale la pena mencionar que el cambio de siglo también fue testigo de un progreso considerable en la teoría del interés y del dinero; esta teoría recorrió el largo trayecto que va desde la microeconomía y el equilibrio estático y hasta la macroeconomía y la dinámica del desequilibrio. En esta época Walras construye su teoría del equilibrio general; a continuación Fisher desarrolla la teoría cuantitativa basado en la óptica de las transacciones, y Pigou construye su teoría monetaria desde la óptica de los saldos reales; sin embargo, será Wicksell quien, con un enfoque innovador, desarrolle la teoría en términos de la dinámica monetaria del desequilibrio global. La importancia de estos últimos desarrollos justifican su tratamiento por separado, lo que abordaremos en la siguiente unidad del programa.
De lo dicho arriba se deduce el orden de exposición de este tema del programa. Como mencionamos arriba, la evolución de la teoría de la utilidad de una concepción cardinal y aditiva hacia una concepción ordinal y generalizada (apartado 1), conduce al surgimiento de una nueva teoría del equilibrio del consumidor y de la demanda (apartado 2). Esto permite igualmente el paso de la concepción marshalliana del bienestar, fundada en el concepto del excedente del consumidor a la concepción paretiena del óptimo rechazando cualquier comparación interpersonal de niveles de bienestar (apartado 3)
1. De la Utilidad Cardinal Aditiva a la Utilidad Ordinal Generalizada
Para los primeros teóricos, la utilidad se consideraba como una realidad psicológica evidente nacida de la introspección y, en consecuencia, se le dio el trato de una cantidad diréctamente medible. En esta concepción extrema, la medición de la utilidad consiste en asociar un número real (unidades de utilidad) a la sensación de placer obtenido (o al displacer evitado) con el consumo (o la renucia al consumo) de un bien. En resumen, como vimos en los dos temas anteriores del curso, en los Principios no había ninguna diferencia entre la medida de la utilidad total o marginal y la medida de una distancia o de un peso. Sin embargo, aunque nos empeñemos en aceptar ese postulado como punto de partida, pronto tropezaremos con la imposibilidad práctica de obtener una medida directa. En efecto, para que esto sea posible, sería necesario que el fenómeno a medir sea objetivo -lo que es cierto en el caso de una distancia o un peso, pero no en el de una sensación o un deseo- y, además, habremos de encontrar una unidad de medida que sea codimensional con el objeto a medir (como el metro lo es a la distancia y el gramo al peso). Cualquier esfuerzo por avanzar en esa dirección será inutil por razones obvias.
Una concepción menos radical, aunque más creíble, de la utilidad cardinal consiste en asumir, por conveniencia o simplemente por necesidad, que cada individuo es capaz de asociar un número, o una puntuación, a cada nivel de utilidad, de modo que la escala construida permita "medir", al mismo tiempo, el nivel alcanzado de satisfacción y las variaciones marginales. Obviamente, esta escala deberá integrar la ley psicológica tradicional de la utilidad marginal decreciente postulada por la "revelación marginalista".
Por difícil que parezcan las cuestiones planteadas arriba, la noción de utilidad se puede complicar aun más. El razonamiento anterior se refiere a un individuo aislado y a un único bien. Cómo debemos evaluar la utilidad producida por una cesta formada por múltiples bienes? y cómo debemos tratar, o agregar si es el caso, las utilidades obtenidas por distintas personas?. Sin lugar a dudas estas cuestiones son fundamentales ya que no se trata sólo de juzgar las decisiones de una persona aislada, sino los resultados que obtiene toda una comunidad que se organiza de acuerdo con los principios de funcionamiento de la economía de mercado. Frente a estas preguntas, los fundadores del marginalismo, Marshall incluído, eligen el camino más facil, postulando que la utilidad total que obtiene un individuo es la suma de las utilidades particulares que le produce cada bien y que la utilidad total es la suma de las utilidades de los individuos. Es decir, adoptan una función de utilidad aditiva que puede escribirse como: U = U1(q1) + U2(q2) + ......+Un(qn). Obviamente los Ui(qi) que sumamos se miden todos en la misma escala de utilidad. Fue en este marco, limitado y cuestionable, en el que los primeros autores demostraron que el óptimo del consumidor se obtiene cuando las utilidades ponderadas por el inverso de los precios son iguales entre sí(2).La hipótesis de utilidad aditiva significa que la utilidad de un bien no depende de la cantidad consumida de otros bienes.
Evidentemente, sabemos que en teoría económica estamos obligados a utilizar supuestos de muchos tipos que van desde los más inócuos, que se hacen en beneficio de una exposición estilizada de un modelo, hasta los más heróicos, que una vez removidos invalidan todo lo que se ha dicho a partir de ellos. Por eso vale la pena tratar de averiguar qué tan importante es la hipótesis de la utilidad aditiva para la teoría del comportamiento individual. Un contraejemplo conocido puede ayudarnos a aclarar esta cuestión: imaginemos dos bienes, por ejemplo el pan y la carne, y supongamos que la utilidad marginal del pan decrece cuando aumenta el consumo de carne. Supongamos ahora que baja el precio del pan. Si el pan es un bien importante en la cesta de consumo, aumentará el ingreso real y con el la demanda de carne, de modo que también caerá la utilidad marginal del pan. Lo anterior podría ser suficiente para que la relación U´/p relativa al pan caiga por debajo de lo que es necesario para conseguir la igualdad de las utilidades marginales ponderadas. En tal caso, para restablecer el equilibrio, será necesario entonces que la utilidad marginal del pan aumente, lo que sólo puede conseguirse con una disminución de la demanda de pan. Esta posibilidad, que la disminución del precio del pan conduzca a una disminución de su demanda, no es una simple curiosidad teórica, en realidad pone en duda la existencia de una ley universal de demanda, como la postulada con vehemencia por Marshall, según la cual cuando el precio disminuye la cantidad demandada aumenta.
La
función de utilidad generalizada(3), introducida por Edgeworth
en Mathematical Psychics (1881), aunque todavía es una representación
cardinal de la utilidad, abarca todas las interdependéncias posibles
entre los bienes. Esto se refleja, por ejemplo, en que la utilidad marginal
se define por la derivada parcial de U con respecto a qi, y
no, como en la función aditiva, por la derivada total. Esta derivada
parcial, depende, a priori, de las cantidades consumidas de otros
bienes. Pero esta ventaja tiene su contrapartida. Ya no es posible concluir,
a partir de la ley de la utilidad marginal decreciente que todas las curvas
de demanda serán decrecientes en función de los precios y
todas crecientes en función del ingreso. La generalización
conduce entonces a que se diluyan los resultados obtenidos(4) (una mala
cosa en momentos de euforia).
Marshall,
por el contrario, adopta el punto de vista de su tiempo; utilidad cardinal
y función aditiva. Pero es quien lleva más lejos este tipo
de análisis. Sin duda la utilidad no es medible por métodos
diréctos, pero, según Marshall, podría medirse
indirectamente por sus efectos observables. Así, la satisfacción
obtenida por la compra de una unidad suplementaria de un bien dado se puede
medir por el precio que un individuo acepta pagar para adquirirlo. Esta
idea, que conduce a la noción de "excedente del consumidor", presupone
que cada peseta gastada tiene la misma utilidad, cualquiera que sean los
precios de los bienes comprados con ella, lo que viene a decir que la utilidad
marginal del dinero, o la utilidad marginal del ingreso monetario, es constante
(Tomo I, p.146). Marshall encuentra adecuadas estas hipótesis
ya que los bienes que está considerando son de "poca importancia",
de manera que una variación de los precios no introducirá
modificaciones notables en el poder de compra del ingreso. De este modo,
la última peseta gastada conserva la misma utilidad: la utilidad
marginal del dinero es constante. En resumen, para Marshall, no
solamente la utilidad es cardinal y aditiva sino que, para una constante
multiplicativa (la utilidad marginal del dinero), el precio da una medida
de la satisfacción del consumidor. Podemos decir que el precio mide
la utilidad marginal. Como dice Blaug "la economía del bienestar
de Marshall llegó al nivel más elevado posible de
medida de la utilidad, una medida única, hasta una constante multiplicativa".
Volvamos ahora al punto de vista de Edgeworth. En la óptica de la utilidad cardinal generalizada, toda función de utilidad con n bienes constituye, en el espacio de dimensión n+1, una superficie de utilidad. Para visualizar dicha superficie, podemos situarnos en el caso de dos bienes, con una función U=U(q1,q2). Estas cantidades se representan en los ejes horizontales, y un eje vertical representa U, el nivel de utilidad obtenido para cada combinación positiva de ambos bienes. En un plano (Uo q1) se representa la utilidad para una cantidad nula del consumo del bien 2 y, del mismo modo, en un plano (Uo q2) se representa la utilidad para una cantidad nula del consumo del bien 1.
1.2. El aporte de Pareto: La utilidad ordinal y la reconstrucción de la teoría del consumidor.
Pareto rechaza
con énfasis el uso del término utilidad, pero se trata sólo
de una cuestión terminológica, más bien irrelevante,
que conviene dejar clara. En su Manual..,
Pareto
se permite reemplazar "utilidad" por "ofelimidad". Según él,
el primer término peca por su ausencia de neutralidad ya que permite
pensar que la satisfacción de necesidades no reposa más que
en las propiedades objetivas de las cosas. Pero, esta necesidad, está
en la capacidad de un bien de satisfacer subjetivamente una necesidad.
Es esta relación entre el hombre y las cosas la que según
él (y casi todos los demás) hay que tener en cuenta. Admitido
este punto, las siguientes son las definiciones relativas a la ofelimidad:
" para un individuo, la ofelimidad de una cierta cantidad de una cosa añadida
a otra cantidad de otra cosa ya poseída (que puede ser igual a cero)
es el placer que le procura esta cantidad.... Si esta cantidad es muy pequeña
(infinitamente pequeña), y si uno divide el placer que esta cantidad
procura por la cantidad de la misma cosa, obtenemos la ofelimidad elemental.
Finalmente, si dividimos la ofelimidad elemental por el precio obtendremos
la ofelimidad ponderada" (cap. 3). En definitiva, el lenguaje paretiano
no es más que una transposición de nociones conocidas: a
las nociones de utilidad, de utilidad marginal y de utilidad marginal ponderada
le corresponden la ofelimidad, la ofelimidad elemental y la ofelimidad
ponderada. Siempre que recordemos el aspecto subjetivo de las necesidades,
esta cuestión de vocabulario es completamente secundaria.
Pasemos ahora a lo esencial. En su análisis de las elecciones del consumidor. Pareto retoma las curvas de indiferencia de Edgeworth y las utiliza para determinar el punto óptimo. Para un conjunto dado de precios (p1 y p2), se puede definir la recta de presupuesto como el lugar geométrico que representa las cantidades de bienes que el consumidor puede adquirir con un presupuesto dado. Se trata entonces de una recta de pendiente -p1/p2. El óptimo se obtiene al nivel de utilidad más elevado, es decir cuando la recta de presupuesto es tangente a la curva de indiferencia u1 sobre el gráfico. En el punto S tenemos:
Así, con unos instrumentos nuevos de análisis se recupera la condición tradicional del óptimo del consumidor: la igualdad de las utilidades marginales ponderadas.
Pero, en efecto, se trata de algo más que de proponer hábitos nuevos (curvas de indiferencia) para viejas teorías (el óptimo del consumidor). En efecto, ya no hay que definir una función de utilidad cardinal para determinar el óptimo. Es suficiente con establecer una relación de preferencia sobre el conjunto de "cestas" de bienes, es decir, de establecer comparaciones ordinales. En consecuencia, los niveles de utilidad se pueden representar por cualquier función creciente arbitraria que Pareto denomina índice. Esta función será por supuesto una función de utilidad, y lo único que pedimos de ella es que refleje una relación de orden. Técnicamente se trata de una función ordinal definida por una transformación monótona no decreciente.
Si la función
deja en un nivel arbitrario la utilidad, la utilidad marginal también
será arbitraria. Nada exige que, por ejemplo, la utilidad marginal
sea decreciente, y no hace falta definirle un significado particular como
en la teoría de la utilidad cardinal. Sin embargo, para una cesta
particular de bienes (q1,q2), la relación
de utilidades marginales tiene un significado preciso: es la pendiente
de la curva de indiferencia en ese punto, y esta no depende de la elección
arbitraria de la función de utilidad.
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Un último aspecto que vale la pena resaltar es que Pareto dice que podemos prescindir de la utilidad cardinal; pero no dice que tengamos la obligación de hacerlo. En este sentido, la aproximación paretiana consiste en afirmar que una teoría racional de la elección se puede fundar sin ese postulado. Pero también está claro que la aproximación cardinal se puede trasponer en el molde de las curvas de indiferencia. En resumen, nuestro consumidor se puede dotar de una utilidad cardinal si lo desea, pero no es necesario que lo haga. Los mecanismos de mercado pueden explicarse bien sin esta restricción psicológica.
2. La Nueva Teoría del Consumidor
Pareto demostró
que la utilidad cardinal no era necesaria para explicar las decisiones
del consumidor, pero no dedujo todas las implicaciones. Si hacemos caso
a Hicks, "a pesar de que él estableció su idea matriz,
Pareto
no dejo de servirse de argumentos inspirados en las concepciones anteriores"
(Valor y Capital, p.17). El problema planteado era el siguiente:
era necesario reconstruir la teoría de la demanda tomando como único
punto de partida las
preferencias representadas por el mapa de curvas de indiferencia. Esto
es precisamente lo que se propondrá, con éxito pero sin ser
percibido en su tiempo, el economista ruso Slutzky quien publica
en 1915 sus resultados en un artículo titulado "Sulla teoría
del bilanco del consumatore" en el Giornale degli economisti.
Sólo
en 1934, R.G.D. Allen y Hicks redescubren de manera totalmente
independiente los resultados de Slutzky (A reconsideration of
the theory of value, Econometrica, 1934). Hicks reconocería
luego el trabajo de Slutzky cuando lo retomó en su libro
Valor
y Capital, donde también afirmaba que su exposición era
la primera exploración sistemática de un campo descubierto
por Slutzky. La exposición que sigue sobre la "nueva teoría
del consumidor", se apoyá sobre los dos primeros capítulos,
ya clásicos, de Valor y Capital.
2.1. Tasa marginal de sustitución y equilibrio del consumidor
Hicks enuncia su programa en los siguientes términos "debemos ahora emprender el trabajo de matar y rechazar todos los conceptos que tengan la traza de la utilidad cuantitativa, para reemplazarlos, allí donde estén, por nociones que totalmente exentas de ello" (p.18). Toda la argumentación se basa en una definición y una hipótesis.
La definición es la de la tasa marginal de sustitución (TMS). La TMS de X por Y es la cantidad de Y que bastará para compensar al consumidor de la pérdida de una unidad marginal de X" (p.18). Esta es entonces igual, por definición al valor absoluto de la pendiente de la curva de indiferencia en un punto dado. De ello resulta que el equilibrio del consumidor puede reformularse evidentemente por la igualdad de la tasa marginal de sustitución y el cociente de precios.
La hipótesis es que la TMS es decreciente. Se trata aquí de la traducción, al nuevo vocabulario, de la convexidad de las curvas de indiferencia. Hicks no dejará de resaltar que esta hipótesis no constituye la recuperación, encubierta bajo las curvas de indiferencia, del postulado de la utilidad marginal decreciente. No debe olvidarse que la utilidad marginal es, en el nuevo contexto, un concepto completamente arbitrario.
De hecho, el carácter decreciente de la TMS se postula como una "necesidad" lógica pra que se consiga un único equilibrio estable. En efecto, si las curvas de indiferencia no son convexas, existirán puntos de equilibrio inestables que plantean al consumidor los dilemas del asno de Buridan, sin que exista el modo de encontrar la mejor elección. Como dice Hicks: "el principio general de la tasa marginal de sustitución decreciente suprime estas rarezas; este principio es la más simple entre las alternativas posibles" (p.21). Subrayemos que, como ocurre a menudo, podríamos caer en la tentación de justificar el decrecimiento de TMS diciendo que a medida que sustituimos X por Y, esta sustitución se hace con una reticencia cada vez mayor. Hicks prefiere evitar este tipo de argumentos ya que sólo puede ser defendido en virtud de una pretendida experiencia psicológica, que podría ser tan fácilmente contestada como lo fue en su momento el famoso postulado de la utilidad marginal decreciente.
2.2. Efecto sustitución y efecto renta
Los tres elementos mencionados: el mapa de curvas de indiferencia, la tasa marginal de sustitución y la recta presupuestaria, serán suficientes para reformular completamente la teoría de la demanda que se puede exponer fácilmente con el siguiente gráfico trazado por Hicks.
El mapa de indiferencia del consumidor se resume en las curvas I1 e I2. La recta presupuestaria está dada por una combinación lineal de cantidades (R = pxx + pyy o por y = - px/py.x + R/py). Partiendo de una posición inicial ML, la recta de presupuesto se desplaza paralelamente en dirección noreste a medida que aumenta el ingreso y que los precios permanecen estables. De esto resulta que los puntos de equilibrio describen una curva, que Hicks denomina "curva de consumo con respecto al ingreso". Podemos ahora distinguir dos casos: (1) si P´está a la derecha de la vertical de P, la relación entre demanda de X e ingreso es creciente y X se califica de bien "normal". (2) si P´ está a la izquierda de la vertical de P, esta relación es decreciente y X es un bien inferior. Evidentemente, podemos conducir el mismo razonamiento para cualquiera de los bienes implicados.
Esta descomposición en efecto renta y efecto sustitución es, según Hicks, "indispensable para una gran parte de la teoría del valor" (p.37). En efecto, si el signo del efecto sustitución es claro (y negativo ya que Q se encuentra necesariamente a la derecha de P´), el del efecto ingreso no lo es como hemos visto antes. De ello resulta que según el signo del efecto ingreso, y por la importancia relativa de los dos efectos, podremos analizar las reacciones de la demanda de un bien en función de su precio. Con esto aparece una nueva expresión: "la ley de la demanda".
Resaltemos de entrada que la mejora en la situación del consumidor como resultado de la disminución del precio de X depende de la participación de dicho bien dentro del consumo total. El aumento del poder de compra será tanto más importante en cuanto más elevada sea dicha participación. Para bienes de escasa importancia, esta mejora será pequeña y dominará el efecto sustitución sobre el efecto ingreso, cualquiera que sea el signo de este último. Así, en este caso, el efecto ingreso es negligible y nos encontramos con la situación analizada por Marshall. Hicks resalta, de pasada, que "en este caso nos encontramos con una de esas simplificaciones geniales de las que Marshall conocía el secreto", pero también añade que para las situaciones más generales, hace falta una "concepción clara y explícita del efecto ingreso" (p.28)
En el caso general, en el que los efectos ingreso no son negligibles, la ley de la demanda se enuncia del siguiente modo: (1) cuando el bien es "normal", los efectos sustitución e ingreso juegan en el mismo sentido y la demanda crece cuando baja el precio. (2) cuando se trata de un bien inferior puede ocurrir (a) que el efecto sustitución domine sobre el efecto ingreso y la demanda reaccione positivamente a una reducción en el precio; o bien (b) que el efecto ingreso domine sobre el efecto sustitución cuando baja el precio. En este caso, Hicks no deja de recordar "el efecto Giffen", ya citado por Marshall, en el que los consumidores de niveles bajos consagran por necesidad una gran parte de su presupuesto a la compra de un bien inferior (el pan); estos consumidores verán que su poder de compra crece en gran proporción como resultado de la disminución del precio del pan, y podrán dirigir su ingreso a productos más gratificantes.
Para cerrar este apartado digamos que, hasta este punto, el análisis se ha conducido en términos de un consumidor pero su extensión al conjunto del mercado no supone ninguna dificultad. Los resultados de esto serán los siguientes: el efecto sustitución colectivo es necesariamente negativo, el efecto ingreso colectivo es la suma algebraica de los efectos ingreso individuales, la elasticidad de demanda colectiva refleja, al nivel del mercado, la influencia global de los efectos sustitución e ingreso colectivos.
3. De la Economía Marshaliana del Bienestar al Óptimo de Pareto
La aproximación paretiana de la economía del bienestar, así como la de la teoría de la utilidad, constituye una ruptura fundamental. Pareto sustituirá la problemática de Marshall, fundada sobre la aditividad de las funciones cardinales de utilidad individual, por un conjunto de criterios totalmente libres de comparaciónes interpersonales. Sin embargo, la tradición del profesor de Cambridge (Marshall) se prolongará en los trabajos de su sucesor en el cargo, Pigou. Es a este último a quien debemos la expresión "economía del bienestar", que ahora se aplica a trabajos anteriores a los suyos.
3.1. La aproximación Marshalliana.
El excedente del consumidor constituye el concepto esencial de la economía del bienestar de Marshall. Sin retomar completamente su análisis, recordemos simplemente que el excedente del consumidor se define, para un precio P dado y una cantidad Q, como la diferencia entre la utilidad medida en dinero obtenida por el consumidor y la suma efectivamente desembolsada por el mismo. Evidentemente, si Marshall puede transformar a términos monetarios un razonamiento efectuado en términos de utilidad es porque supone la utilidad marginal del dinero constante. De modo que, un consumidor dotado de una función cardinal de utilidad para el que la utilidad de la última peseta gastada es constante, verá que su bienestar aumenta exactamente en la medida en que aumenta el excedente.
Para extender este razonamiento, relativo a un bien y a un consumidor, al conjunto de bienes y de consumidores, son necesarias varias hipótesis muy restrictivas. En primer lugar, la hipótesis de independencia de los bienes que permite tratar el bienestar total de un consumidor como la suma de los "bienestares" parciales aportados por cada bien. Esto simplifica considerablemente la cuestión del bienestar total de un individuo. En segundo lugar, agregar los "niveles de bienestar" individuales de los consumidores que intervienen en el mercado supone, no solamente que la utilidad marginal del dinero sea constante (para poder razonar en términos de bienestar) sino también que ésta sea la misma para todos (para poder sumar los excedentes). Esto viene a decir que, en un mercado dado, las funciones de utilidad deben ser idénticas y los ingresos deben ser iguales. Estas hipótesis son lógicamente necesarias. En consecuencia, Marshall supondrá explícitamente que en un mercado particular no intervienen más que individuos intercambiables pertenecientes sensiblemente a la misma categoría de ingreso. Para completar el juego de hipótesis, hará también falta que las funciones de utilidad sean independientes unas de otras (no existe, como se dice a menudo, "efecto Veblen").
En resumen, estos dos grupos de hipótesis permiten a Marshall fragmentar el bienestar individual en tantas "partes" como bienes hay en el mercado y avanzar desde el análisis del consumidor al análisis del mercado en su marco favorito de un equilibrio parcial estático.
3.1.1. Un ejemplo de aplicación del análisis marshaliano: los efectos sobre el bienestar de los impuestos y subvenciones.
Marshall aconseja subvencionar las ramas con rendimientos fuertemente crecientes. Para estas, las curvas de oferta de la largo plazo son decrecientes. Un análisis simétrico al precedente muestra que una subvención hace bajar los precios (esta vez en un monto que es superior), y el aumento de excedente tendrá más posibilidades de ser superior a la subvención en cuanto más fuertemente crecientes sean los rendimientos. Este punto se verifica en el gráfico en el que el area CABG representa el monto de la subvención y el área FDBG el aumento del excedente.
En resumen, Marshall parece sugerir que una política fiscal que conduzca, a través de un sistema de impuestos y subvenciones, a desplazar recursos productivos de las ramas con rendimientos fuertemente decrecientes hacia las ramas con rendimientos fuertemente crecientes, conseguirá mejorar el bienestar de la colectividad. Pero Marshall también da muestras de una gran prudencia y subraya que hay que ser capaces de apreciar empíricamente la fuerza de tales rendimientos, que hay que tener en cuenta los efectos perversos de las políticas fiscales sobre los incentivos a producir y que no se debe olvidar el coste de esta reasignación de recursos.
El análisis de Marshall es fundamental. Es la primera vez que se ponen en duda las ventajas de la competencia pura y perfecta, y que se da una justificación de la intervención del estado con la ayuda de instrumentos analíticos diréctamente derivados de la propia teoría de la competencia.
3.2. El óptimo paretiano y la concepción del bienestar de Pareto
Con una concepción cardinal y monetaria de las utilidades individuales y dotándose de las hipótesis necesarias para garantizar su agregación, Marshall pudo abordar los problemas del bienestar con la ayuda del excedente del consumidor. Al rechazar la utilidad cardinal, como algo que no es necesario para la teoría de la elección, Pareto se privaba al parecer de los instrumentos indispensables para abordar esta cuestión.
En realidad la posición de Pareto no es tan radical. Sea cual sea la teoría de la utilidad, él estaba convencido de que cualquier comparación interpersonal es ilegítima. Esto se puede observar en sus propias palabras: "la ofelimidad, o su índice, para dos individuos son cantidades heterogéneas. No podemos, ni sumarlas ni compararlas; no bridge, como dicen los ingleses. No existe una suma de ofelimidad de la que disfrutan individuos diferentes; esa es una expresión que carece de sentido" (Manual, cap..4). De esta posición de principio se deriva lógicamente la definición de una situación óptima de la economía que Pareto denominará "máximo de ofelimidad" y cuya definición es la siguiente: "diremos que los miembros de una colectividad disfrutan del máximo de ofelimidad, cuando es imposible alejarse un poco de esta posición de tal modo que la ofelimidad de la que disfruta cada uno de los individuos de la colectividad aumente o disminuya. Es decir, que todo pequeño cambio a partir de esa posición tiene por efecto aumentar la ofelimidad de la que disfrutan algunos individuos y disminuir la que disfrutan otros; y es agradable para unos y desagradable para otros" (Manual cap.4.).
En suma, el criterio de Pareto es, a la vez, un criterio de clasificación para ciertas situaciones de la economía y de rechazo a clasificar otras. Este permite distinguir las situaciones óptimas y las subóptimas. En una situación óptima es imposible mejorar el bienestar de alguien sin que disminuya el de otros. En una situación subóptima, por el contrario, estos cambios son posibles. Pero se rechaza como ilegítima toda clasificación de situaciones en las que el bienestar de unos y otros evoluciona de manera divergente a partir de cualquier cambio en la economía.
De lo anterior se deduce una demostración célebre. Pareto establecerá que en una economía en que los individuos se dotan de un stock de bienes individuales, la racionalidad de sus elecciones les conducirá necesariamente hacia posiciones de equilibrio de los intercambios que, a su vez, son estados óptimos. Retomemos brevemente esta demostración con la ayuda del gráfico siguiente:
Imaginemos dos individuos, m y n. El individuo m posee inicialmente la cantidad OM del bien x y el individuo n la cantidad O´N del bien y. Cada uno está dotado de un superficie de curvas de indiferencia. Curvas de indiferencia y dotaciones de bienes pueden representarse en la "caja de Edgeworth". Digamos de paso que esta denominación tradicional no es del todo apropiada ya que la idea es de Pareto y no de Edgeworth (Manual, p.191). La situación de partida es MN. Los niveles de ofelimidad crecientes se representan por dos juegos de curvas de indiferencia y los intercambios entre m y n deben mejorar la situación.
Además, a partir de A y desplazándose hacia E a lo largo de m1, mejora la situación de n sin empeorar la de m. Hará falta detenerse en E para que la ofelimidad de n no disminuya. Allí también la propiedad de E es la de tangencia de las curvas de indiferencia. El lugar geométrico de estos puntos de tangencia (EE´) se denomina senda paretiana o curva de contrato. En cada uno de los puntos existe un óptimo en el sentido de Pareto ya que (1) es imposible mejorar la situación de un individuo sin empeorar la del otro, (2) fuera de ella es posible mejorar la situación de uno sin empeorar la del otro. Evidentemente, sobre la curva de contrato se aplica el segundo lado del óptimo de Pareto: no es posible elegir entre todas las situaciones posibles ya que cualquier aumento del índice de ofelímidad de uno disminuirá el del otro. Resaltemos finalmente que también es ilegítimo clasificar las situaciones subóptimas exteriores a la curva de contrato.
Señalemos un último punto: el de la equivalencia entre el conjunto de óptimos de Pareto y el conjunto de equilibrios competitivos. Sabemos que, para todo equilibrio general, con el sistema de precios relativos que se impone a los agentes, cada uno maximiza su satisfacción con la restricción de sus recursos y todos los mercados están en equilibrio. Estas son precisamente las condiciones que volvemos a encontrar en todo óptimo de Pareto, con la condición de definir los precios relativos como la tasa común a la que los agentes desean sustituir unos bienes por otros, es decir, la pendiente común de las curvas de indiferencia. Equilibrio general y óptimo de Pareto son entonces equivalentes.
Pareto redescubre de este modo las condiciones Walrasianas del equilibrio competitivo. Estas corresponden a un "máximo de ofelimidad", y en el marco de una economía de intercambio, las formula del siguiente modo: "(A) igualdad para cada individuo de las ofelimidades ponderadas, (B) igualdad para cada individuo de los ingresos y gastos... (C) igualdad, para todas las mercancías de las cantidades existentes antes y después del intercambio."(Manual,cap.3.)
3.3. El principio de compensación
La posición de Pareto tiene un mérito incontestable: separa claramente los criterios de eficiencia de los de equidad. Las reglas de eficiencia permiten caracterizar las situaciones óptimas. Pero, existe una cantidad infinita de óptimos posibles, cada una de ellas relativa a unas dotaciones iniciales, es decir a una distribución inicial del ingreso real y a un sistema de precios relativos de equilibrio. Elegir entre estas situaciones igualmente "eficientes" sólo es posible a partir de consideraciones de equidad que, de una u otra manera, implican comparaciones interpersonales.
La distinción paretiana es rigurosa. Pero acaso no es también estéril?. A priori, la respuesta se puede separar en dos partes, según la sugerencia del propio Pareto.
2) Pero, por supuesto, una situación económicamente óptima no es forzosamente socialmente deseable y, sobre el plano práctico, no elegir, parece una clara renuncia de la teoría económica.
Como
es natural, la economía se empeñó inmediatamente en
salir de esta camisa de fuerza. Barone dio para ello un paso esencial,
en 1908, en un célebre artículo, que también permaneció
en la sombra hasta su traducción al inglés en 1935 ("Il
ministro della produzione nello stato colletivista" Giornale degli
Economisti. 1908; traducido por Hayek en Collectivist Economic
Planning, 1935). La idea de Barone consistía en introducir un
nuevo criterio: "el principio de compensación". Este reposa sobre
la idea de que toda ganancia o pérdida individual se puede evaluar
por el ingreso real que aceptaríamos pagar o que desearíamos
recibir para recuperar el nivel inicial de satisfacción. De este
modo, en todo paso de un óptimo a otro, cada quien puede evaluar
sus ganancias y pérdidas. Si los ganadores pueden indemnizar a los
perdedores y les queda aun un beneficio, el cambio podrá considerarse
ventajoso para la sociedad en su conjunto.
Barone no afirmaba que las compensaciones debieran hacerse y podríamos imaginar que la sola existencia de un beneficio residual es suficiente. En efecto, si las compensaciones no se hacen, tampoco podremos comprobar que los perdedores se mantienen sobre la misma curva de indiferencia. Contentarse con la estimación de una compensación potencial, es sustituir la evaluación personal de los perdedores y por ello formar juicios a priori sobre su función de utilidad, es decir entregarse a las comparaciones interpersonales de utilidad. El mérito del principio de compensación es el de relajar las restricciones paretianas manteniéndose en su propia lógica. Hay también un aporte práctico innegable, el dar un soporte lógico para las indemnizaciones pagadas como consecuencia de las obras de utilidad pública.
Los razonamientos precedentes suponen un stock de bienes dado y por tanto se desarrollan en el contexto de una economía de intercambio. Es posible extender el análisis a una economía de producción. En ese contexto, el problema de la búsqueda del óptimo es más complejo y debe responder a tres cuestiones centrales. La primera consiste en determinar como deben repartirse los factores para producir el máximo de bienes lo que da lugar al "óptimo de producción". La segunda, en determinar como deben asignarse los productos entre los individuos para obtener el máximo de satisfacción dando lugar al óptimo de distribución. La tercera debe asegurar la compatibilidad entre los dos tipos de optimalidad tratando por ello de determinar la relación entre ambas. Cuando se verifican simultáneamente estos tres criterios de eficiencia diremos que la economía es óptima en el sentido de Pareto.
Pareto y Barone abrieron la via para el estudio de esta generalización. Pero hubo que esperar a los años treinta para que los trabajos de Lerner, Hicks y Kaldor completaran los criterios de optimalidad de manera rigurosa. Enunciemos estos criterios tratando de darles una comprensión intuitiva.
A) El óptimo es un óptimo de producción. Esto resulta de dos condiciones.
2. Las empresas minimizan sus costes igualando las tasas marginales de sustitución técnica (RMST) y el cociente de precios de los factores (recordemos que la RMST es la cantidad de un factor x que hace falta utilizar para compensar la disminución en una unidad de factor y manteniendo la producción constante). Para un par dado de factores, las RMST serán entonces iguales para todas las empresas.
Pigou sucederá a Marshall como profesor de Cambridge en 1910, y esta sucesión supone también una filiación. La economía del bienestar, dice Pigou, consiste en "esa categoría de satisfacciones y de insatisfacciones que podrían ponerse en relación con una medida monetaria". Pigou insistió en considerar "la demanda expresada en dinero como la medida de la satisfacción reportada por el bien adquirido" (The Economics of Welfare, 1920, p.19). No es posible decir de un modo más claro que la utilidad es cardinal, que los precios dan su medida y que podemos sumar los niveles individuales de utilidad. Evidentemente con Pigou nos encontramos en un universo marshaliano.
Las teorías de Pigou sobre la economía del bienestar fueron desarrolladas por vez primera en Wealth and Welfare (1912) y retomadas en una versión más elaborada en The Economics of Welfare (1920). Para resumir tales ideas, nos apoyaremos en estas dos obras.
La fuente del bienestar económico está en el ingreso real (o "dividendo nacional") que debe ser maximizado. La regla general que preside esta maximización está en el principio neoclásico habitual: la productividad social marginal de todos los recursos debe ser la misma en todos los empleos posibles. Evidentemente, en efecto, en ese caso no será rentable la transferencia de recursos de un uso a otro. Por supuesto, observa Pigou, cualquier aumento de la producción en la medida que exige trabajo adicional, está acompañada de un aumento de la desutilidad que debe ser tenido en cuenta. Aquí también, podemos aplicar los principios habituales: hace falta llevar la producción hasta el punto en que la utilidad nacida de la producción marginal sea igual a la desutilidad marginal del trabajo suplementario. La originalidad de Pigou consiste en no conformarse con estas proposiciones de orden estático y en situar la maximización del producto en una perspectiva de crecimiento. Pero, considerando que la capacidad de previsión de la mayor parte de los agentes económicos es a la vez insuficiente y sesgada, las satisfacciones limitadas, pero actuales, serán a menudo preferidas sobre las satisfacciones más importantes, pero futuras. Esta miopía puede ser la fuente de un crecimiento subóptimo y por ello de una pérdida importante de bienestar en el largo plazo. Hay en ello una primera razón para la intervención del estado. Este último, como mejor juez del futuro, debe rectificar los sesgos de las previsiones individuales y, en particular, incitar a los individuos a ahorrar.
Pero
el nivel de bienestar no depende solamente de la producción. También
depende de la distribución. Situémonos en la concepción
preparetiana de la utilidad (es decir en la de Pigou). Si las funciones
de utilidad marginal son cardinales, independientes y decrecientes, esta
claro que el máximo de utilidad total se obtiene, para una producción
dada, cuando la distribución es perfectamente igualitaria. En ese
caso, en efecto, no podemos esperar ganancias de utilidad de la transferencia
de una unidad del agente "rico" (para el que la utilidad marginal es baja)
a el agente pobre. Los límites racionales de la redistribución
se alcanzarán entonces cuando comience a disminuir el ingreso nacional.
Esto es exactamente lo que dice Pigou: "en tanto que el ingreso
global no disminuya, cualquier aumento, en un amplio abanico, del ingreso
real del que disfrutan las clases más pobres, a expensas del que
disfrutan las clases más ricas entraña un aumento del bienestar".
He aquí entonces una segunda razón para justificar la intervención
del estado: la redistribución del ingreso permite aumentar el bienestar
colectivo. Esta recomendación reposa sin lugar a dudas en las comparaciones
interpersonales de utilidad, pero importa poco: también descansan
en el buen sentido y a Pigou le resultan perfectamente razonables.
Pero esto no es todo. Retomando y desarrollando el concepto marshaliano de efecto externo y distinguiendo los "productos sociales" de los "productos privados", Pigou descubrirá otros dominios para la intervención pública. En general, los efectos externos son consecuencias de las actividades económicas que no son tenidas en cuenta por el mercado, y que por ello el mercado es incapaz de asegurar su regulación. En el caso de los efectos externos positivos, ciertos agentes se benefician de las ventajas económicas sin haber movilizado recursos para obtenerlas. Pigou da los siguientes ejemplos: la creación de parques privados que mejoran el entorno, la construcción de rutas y la apertura de líneas de tranvía que aumentan el valor de los terrenos adyacentes, la limpieza de las viviendas privadas que beneficia al conjunto de la calle, el descubrimiento aleatorio y diverso de invenciones fundamentales, así como las invenciones y los perfeccionamiento tecnológicos que no pueden ser patentados ni mantenidos en secreto.
En el caso de efectos externos negativos, ciertos agentes soportan los inconvenientes que no pueden hacer pagar a aquellos que los causan. Los ejemplos de Pigou van desde el campesino cuyas tierras son invadidas por los conejos del vecino, a la contaminación del aire y del agua por los deshechos industriales, pasando por los accidentes de trabajo y las enfermedades profesionales, así como las consecuencias sobre la salud de los niños del trabajo de las mujeres encinta. En el espíritu de Pigou tienen un objetivo: mostrar que la economía de mercado está contaminada en todos sus aspectos por mecanismos de naturaleza económica que se escapan a su control. Se trata, según la expresión consagrada, de "fallos del mercado", para los cuales es necesario, de una parte, construir una teoría y, de otro lado, imaginar los remedios políticos capaces de reducirlos. Veamos en primer lugar el aspecto teórico. Cualquiera que sea su naturaleza, los efectos externos tienen como consecuencia disociar el producto marginal social neto del producto marginal privado neto. El primero se define como "el producto neto total del aumento marginal de los recursos en un entorno o en un uso determinado, sin que busquemos saber de qué recursos puede provenir una parte cualquiera de tal producto". En suma ésta tiene en cuenta los efectos externos. En cuanto a los segundos, estos son la parte del producto marginal social neto "que recae sobre la persona que ha invertido en ello sus recursos". Es decir sin tener en cuenta los efectos externos. Cuando hay una externalidad positiva los segundos son mayores que los primeros, y a la inversa.
Estos conceptos construidos en términos de productos pueden trasponerse en términos de costes marginales sociales y de costes marginales privados. Sabemos que, en efecto, en el óptimo, las productividades marginales de cada peseta gastada en cualquier recursos productivo son iguales entre sí e iguales al inverso de los costes marginales y, en consecuencia al inverso del precio del producto. De ello resulta que cualquier divergencia entre los productos sociales y privados se traduce en una divergencia de sentido contrario entre los costes sociales y privados.
La ventaja de esta transposición es que el razonamiento se puede construir ahora en términos de mercado y conduce a avanzar en el análisis de las medidas apropiadas de política económica. En resumen, según Pigou, la corrección de los efectos externos pasa por un sistema de impuestos que graven aquellos que crean efectos negativos sin que el mercado les haga pagar su coste, y por un sistema de subvenciones para estimular a aquellos que enriquecen a la comunidad sin percibir los dividendos. Solución sugerente, sin duda, pero difícil de poner en práctica; por hipótesis, el mercado no revela el coste o las ventajas que se trata de penalizar o remunerar; entonces ?sobre qué bases podríamos calcular los impuestos y las subvenciones?.