logouah3.gif (1938 bytes)UNIVERSIDAD DE ALCALA
DEPARTAMENTO DE FUNDAMENTOS DE ECONOMIA E HISTORIA ECONOMICA
Historia del pensamiento Económico: apuntes
Profesor: C.M.Gómez Gómez

Economía Clásica: Teoría Monetaria, Crisis Económicas, Comercio Internacional
1. La Teoría Monetaria Clásica 2. La Determinación de la Renta y la Teoría de las Crisis 3. La Teoría Clásica del Comercio Internacional  


 
 
 
 
 
Economía Clásica: Teoría Monetaria, Crisis Económicas, Comercio Internacional

El modelo ricardiano, que estudiamos en la unidad anterior, constituye el núcleo esencial de la economía política clásica. Apoyándose sobre el principio de población, la ley del valor y la ley de los rendimientos decrecientes, esta teoría provee un marco analítico que permite estudiar la evolución de la economía en su camino hacia un hipotético estado estacionario. Sin embargo, esta visión global es incompleta y se debe complementar, al menos, en tres direcciones distintas. En primer lugar, el modelo general de la economía clásica es una teoría de la "economía real"; pero no por ello debemos pensar que los clásicos no se preocuparon por el dinero y por los problemas de la política monetaria. En segundo lugar, el modelo ricardiano se concentra en los problemas del crecimiento y del largo plazo; sin embargo, no debemos olvidar que los clásicos también se interesaron por los desequilibrios de corto plazo y por la crisis que puede ocurrir si la "demanda efectiva" es insuficiente. En tercer lugar, como corresponde a una escuela liberal, los clásicos, y particularmente Ricardo, no podían dejar de analizar las ventajas del comercio internacional. En esta unidad del programa desarrollaremos, en su orden, los tres aspectos mencionados: la teoría monetaria, la teoría de la crisis y la teoría del comercio internacional de la economía clásica.

1. La Teoría Monetaria Clásica

1.1 Naturaleza y función del dinero

Lo esencial de la teoría clásica sobre la naturaleza del dinero se encuentra en la Riqueza de las Naciones. Smith considera que, al confundir el dinero con la riqueza, los mercantilistas no sólo se equivocaron sino que tembién fueron incapaces de observar que el dinero no es más que un bien elegido por comodidad como medio de cambio. Sin embargo, esto no significa que el dinero no sea importante. Al contrario, como medio de cambio y como unidad de cuenta el dinero juega un papel esencial, ya que con él se consigue la ruptura del trueque en dos intercambios independientes (mercancía a cambio de dinero y posteriormente dinero a cambio de mercancías); esta separación del trueque permite según Smith un aumento considerable de la división del trabajo y, en consecuencia, es un elemento indispensable para la expansión del mercado. El dinero es entonces un elemento esencial del crecimiento económico.

En un sistema de dinero-mercancía, la elección del bien que ha de servir de medio de pago y de unidad de cuenta debe hacerse sobre la base de consideraciones de comodidad física. El dinero debe ser fácil de llevar, es deseable que tenga un valor considerable por unidad de volumen, debe ser homogéneo, divisible, y su valor ha de ser lo más estable posible. Todas esas son propiedades de los metales preciosos (y sobre todo del oro y la plata). Sin embargo, desde la época mercantilista, se conocen los problemas relativos al bi-metalismo. Smith sabía lo difícil que era mantener un sistema estable oro-plata ya que el precio relativo de ambos metales era variable; por eso las personas tendían a utilizar efectivamente en sus transacciones el tipo de dinero que se se depreciaba más o que se apreciaba menos rápido, atesorando el tipo de dinero de mayor valor (como ya vimos esto no es más que la ley de Gresham según la cual la mala moneda desplaza a la buena)

Más original que lo anterior, es la insistencia de Smith sobre los elevados costes que supone mantener un sistema metálico. Efectivamente si todo el dinero se reduce al oro o la plata, para adquirir y aumentar la base monetaria será necesario obtener dinero mediante la producción minera o, indiréctamente, a través del comercio con el exterior; no solamente serán elevados los costes de adquisición del dinero, sino también los costes de conservación, protección y almacenamiento. Desde ese punto de vista, Smith comparaba el dinero con el capital fijo, algo productivo pero caro de fabricar y mantener. Frente al dinero metálico, el papel-moneda presentaba entonces la gran ventaja de realizar importantes ahorros a la economía. Si se generaliza el uso del papel-moneda en la circulación interna, se ahorrará una parte considerable del oro que, por ejemplo, quedaría disponible para la financiación de importaciones adicionales; otras ventajas vendrían de la utilización de recursos hasta ahora inmovilizados en las minas y que quedarían disponibles para otros usos. Estas ideas generales se completan con el análisis del papel de los bancos en la economía. Gracias a ellos la velocidad de circulación del dinero es más elevada y se ahorran recursos; y gracias a los créditos y a los descubiertos, los empresarios economizan sus propios capitales y aumentan considerablemente sus niveles de producción.

En cuanto a la definición de la base monetaria, Smith y después de él la mayoría de los clásicos, consideraron que esta se reducía al dinero metálico y a los billetes. A menudo estos autores excluyeron los depósitos bancários. La razón aludida es que, si bien los depósitos son sustitutos próximos del efectivo y del oro, no son parte de los mismos, ya que sólo el dinero metálico y los billetes de curso legal tienen el poder de cerrar definitivamente una transacción. De modo que, como detentar sustitutos permite economizar encajes, el aumento de los depósitos se traduce en un aumento de la velocidad de circulación del dinero. Las letras de cambio tienen el mismo tratamiento. En suma, los depósitos y las letras se clasifican entre las modalidades de crédito las cuales, apelando a un reembolso ulterior, no saldan definitivamente las transacciones (pero, como hemos visto, sí influyen sobre la velocidad de circulación del dinero).
 

1.2. La teoría monetaria de base: cuantitativismo y flujo de especies en un sistema de convertibilidad.

Las tesis de David Hume son las que constituyen la base de la teoría clásica. Estas tesis descansan en dos proposiciones esenciales:

- La primera proposición es la teoría cuantitativa del dinero. Aunque no escrita con la expresión Mv=pT (que será la forma adoptada por Irving Fisher ya en siglo xx), las ideas esenciales son las mismas: (a) la velocidad de circulación (v) está dada, ya que depende de los hábitos de pago; (b) el volumen de transacciones (T) está dado por la esfera real de la economía; (c) M es la base monetaria considerada como algo independiente de v y de T. De todo lo anterior resulta que, en equilibrio, el nivel de precios (p) es proporcional a la base monetaria (M). - La segunda proposición es la teoría de los flujos de especies. La mecánica de esta ley se puede describir del siguiente modo: el saldo de la balanza comercial depende de los precios internos comparados a los precios externos (es decir, de la relación de precios o de los términos de intercambio). Un crecimiento monetario excesivo, al hacer crecer los precios internos, deteriorará la competitividad y creará un déficit comercial. El saldo negativo de la balanza comercial deberá ser reglado de algún modo; esto se conseguirá, en primer lugar, a través la búsqueda de créditos en el exterior, los cuales se encarecerán y, como consecuencia de ello, llevarán a la depreciación de la moneda interna. Cuando la depreciación del tipo de cambio sea tal que cubra los costes de exportación de oro, se llegará a lo que desde Cantillon denominó "el punto de salida de oro". Es decir, una parte de los billetes en circulación se convertirán en oro a fin de obtener las especies necesarias para cubrir las obligaciones con el exterior. Evidentemente se supone que todo el mecanismo lleva nuevamente al equilibrio. La salida de oro y la contracción de la base monetaria conducirán finalmente a una disminución de los precios internos hasta un punto en que se consiga nuevamente el equilibrio de la balanza comercial. La tesis del equilibrio automático de los intercambios exteriores y de la repartición de la liquidez internacional, formulada por Hume en 1752, forma parte integral de los esquemas clásicos fundamentales y más especialmente del pensamiento ricardiano. Hasta aquí podemos decir que los clásicos no aportan nada que no se haya dicho antes. En realidad, en lo que se refiere a la teoría monetaria, lo que hará avanzar la reflexión serán las discusiones sobre la política monetaria y sobre problemas concretos. En una primera época, estos problemas fueron básicamente los que resultaron de la suspensión de la convertibilidad de la libra entre 1797 y los años 1819 a 1821 en que se regresó gradualmente al sistema anterior.

1.3. Primera controversia: el debate sobre los precios del oro y los problemas de la no convertibilidad

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El sistema de convertibilidad, que permite comprar el oro a un precio fijado por la banca, debe regular automáticamente la evolución de la masa monetaria (por el mecanismo de flujos de especies). Cuando los billetes no son convertibles deja de existir este mecanismo reequilibrador de disciplina monetaria; sin convertibilidad, la emisión monetaria excesiva no vendrá acompañada de su antídoto; las alzas de precios podrán ser permanentes, y la balanza exterior continuará siendo deficitaria; el tipo de cambio se depreciará constantemente y el oro continuará saliendo del país.

Como ocurre casi siempre que se plantéa un problema relevante de política económica, en esta nueva situación también surgieron dos escuelas de pensamiento entre las que se organizó la discusión sobre las consecuencias de la no convertibilidad y sobre las medidas que deberían tomarse para subsanarlas. La primera escuela, la bullionista, se propone como principal objetivo encontrar la forma de remediar las consecuencias de la oferta excedentária de billete. La segunda escuela, antibullionista, se apoya sobre la llamada "doctrina de los efectos reales" (o real bills doctrine) para negar que pueda sobrevenir una situación de oferta excesiva de dinero y afirma que la emisión monetaria se puede adaptar, mediante ciertas reglas prácticas, a las necesidades de la actividad económica sin provocar desequilibrios fundamentales.

1.3.1. La posición Bullionista.

Esta posición parte del análisis de dos preguntas básicas. La primera cuestión es la siguiente: ¿cuáles son los síntomas que ponen en evidencia que la emisión de dinero es excesiva? La respuesta es simple, una emisión excesiva de dinero, al hacer crecer los precios, hará que el precio del lingote de oro se eleve por encima de la paridad. Por otra parte, al hacerse deficitaria la balanza comercial, el tipo de cambio se depreciará. El aumento del precio del oro y la depreciación del tipo de cambio serán entonces los síntomas de la emisión excesiva de dinero.

La segunda cuestión es ¿cómo remediar esta situación? La respuesta, también en este caso es simple: reconociendo que no existe más que una cantidad óptima de dinero que no es otra que la que asegura la estabilidad de los precios internos y de los intercambios internacionales. En consecuencia, hay que ajustarse a esa cantidad de equilibrio, reduciendo la cantidad de billetes hasta que el precio del lingote de oro alcance el precio inicial de emisión. Esta tesis, radical a favor de una política monetaria ortodoxa, es la defendida por Boyd, Wheathey, Lord King y sobre todo por David Ricardo quien la desarrolla en su Ensayo Sobre el Elevado Precio del Lingote de Oro (1810). Para Ricardo, el elevado precio del oro es la prueba misma de la inflación y la causa de todo ello está en la elevada emisión de billetes por parte del Banco de Inglaterra.

La tesis de Ricardo descansa, como vemos, sobre una interpretación mecánica de la teoría cuantitativa. Por esa razón no debe sorprender que los bullionistas moderados hayan aportado algunos matices importantes a la posición de Ricardo. Este es, por ejemplo, el caso de Malthus, pero también de los autores del Bullion Report y en particular de Henry Thornton. Estos últimos autores están en general de acuerdo sobre el hecho de que el elevado precio del oro y la depreciación del tipo de cambio permiten pensar que la emisión monetaria puede ser excesiva. Pero, según ellos, estos criterios sólo son importantes y decisivos en el largo plazo. A corto plazo la realidad es mucho más compleja y ciertamente es más dificil obtener conclusiones tajantes. Los matices que aportan estos autores se pueden agrupar del siguiente modo:

- Algunos autores tienen en mente la ecuación cuantitativa. A corto plazo, la inflación no proviene forzosamente de un excedente de dinero. Así, la velocidad de circulación del dinero (v) crece con la actividad económica. Esta también puede variar con la estructura de la masa monetaria (ya que, por ejemplo, la velocidad de los billetes es mayor que la de las monedas). La inflación también puede nacer de un aumento de la circulación de los depósitos y de los créditos comerciales, lo que influye igualmente sobre la velocidad.

- Los otros autores enumeran un conjunto de razones dispares. La demanda interna de oro puede crecer de modo exógeno, lo que hace crecer el precio del lingote independientemente de la emisión de billetes. Por otra parte, el déficit exterior ( y en consecuencia la depreciación del tipo de cambio) puede deberse, por ejemplo a los gastos gubernamentales excesivos en el extranjero, a una serie de malas cosechas, y, en general, a causas en todo caso independientes de los precios internos.

- Finalmente, Thornton resaltaba que ciertas importaciones y exportaciones son inelásticas al precio, pero dependientes sin embargo del nivel de ingreso en el extranjero. En este caso, no es necesaria una contracción monetaria para restablecer el equilibrio.

En resumen, los bullionistas moderados subrayaban que la teorías cuantitativa y de flujos de especies no deberían tomarse rígidamente y que, frente a la diversidad de situaciones factibles, era imposible admitir que existe una única cantidad óptima de dinero compatible con la estabilidad. En particular, para ellos, la inflación y la depreciación no deben conducir sistemáticamente a una contracción monetaria ya que, si la situación que se pretende corregir no esta ligadas a una emisión excesiva, se corre el riesgo de provocar una crisis económica.

1.3.2. La posición antibullionista.

Su tesis básica es la siguiente. Si consideramos que la emisión de dinero tiene como soporte el descuento de "efectos reales", es decir de créditos contraídos sobre la creación de riquezas reales efectivas, la creación de billetes seguirá naturalmente el desarrollo de la producción y de los intercambios. La oferta de dinero sólo crece si hay una demanda previa. No hay ningún motivo para pensar que existe, o pueda existir, una oferta excedente de dinero, ya que la oferta existente corresponde a las necesidades de la actividad económica. Como podemos observar, los partidarios de la "doctrina de los efectos reales", invierten la relación de causalidad cuantitativista. En este caso, la emisión de dinero, endógena, sigue pasivamente la marcha de los negocios.

Los buillonistas no tuvieron mayores dificultades para criticar esta posición. Estos resaltaron, en primer lugar, que los billetes se emiten a menudo sin que estén respaldados por "créditos reales", si no por necesidades especulativas o para financiar operaciones de alto riesgo que anticipan la creación de riquezas futuras inciertas. Además, en muchos casos, la emisión monetaria se hace en beneficio del gobierno; estos créditos al estado pueden no tener "efectos reales" ya que casi nunca conducen a un aumento de la riqueza futura. También se resalta que, en tanto que la tasa de interés sea inferior a la tasa anticipada de beneficios, el préstamo y la creación monetaria son rentables, sin que con ello se generen riquezas reales. Por otra parte, tampoco hay que olvidar que un mismo bien puede venderse múltiples veces, dando lugar a la creación de múltiples efectos sobre el crédito sin dar lugar a efecto real alguno. Puede añadirse igualmente que el crédito tiene un cierto poder sobre la circulación de dinero; si esa circulación se acelera en período de expansión, el impacto será inflacionista aun en el caso en el que la banca sólo descuente los "efectos reales". Finalmente, aunque aceptemos que el dinero sigue pasivamente la marcha de los negocios, no hay que olvidar que las transacciones se efectúan a un cierto nivel de precios; ¿cómo se determina este nivel de precios?, los antibullionistas sencillamente no tienen ninguna respuesta a esa pregunt.

1.4 Segunda controversia : currency school vs banking school

Cuando en 1821 se restablece la plena convertibilidad de los billetes, se plantea la cuestión de saber si el retorno de la convertibilidad constituía realmente, y no sólo en teoría, un mecanismo automático de regulación de la oferta de dinero. Los hechos se encargarían rápidamente de dar la respuesta. En los años 20 y 30, una sucesión de crisis monetarias pusieron de manifiesto la necesidad de una verdadera política de control de la masa monetaria que, garantizando el mantenimiento de la convertibilidad, impidiera también la emisión excesiva de billetes. Esto último fue lo que propusieron los miembros de la conocida como currency school (¿o monetistas?) (J.Joplin, H. Drummond, R. Page, J, Penmington, J.R. McCulloch). Su idea es simple: el volumen de una moneda convertible debe fluctuar exactamente como lo haría un dinero metálico (el oro) en las mismas circunstancias. La aplicación práctica de esta posición es la llamada regla de Palmer (el director del Banco de Inglaterra entre 1830 y 1832) y en la Bank Charter de 1832. Esta regla se enuncia así: la banca debe conservar una reserva igual, al menos, a la tercera parte de sus emisiones totales de billetes y depósitos, una vez que se alcance este punto crítico, el volumen de títulos (prestamos, inversiones, letras de cambio descontadas, etc) debe permanecer constante, de modo que el conjunto billetes+depósitos varíe exactamente como el encaje metálico.
  

La Regla de Palmer

Oro (³(B+D)/3) + Títulos Billetes (B) + Depósitos (D)
Pero esta regla era insuficiente. En efecto, la regla de Palmer supone que los billetes y los depósitos juegan el mismo papel y que una salida de oro tendría el mismo efecto si se traduce en una contracción de los depósitos o en contracción de los billetes. Sin embargo, la velocidad de circulación de los depósitos era inferior a la de los billetes y sus efectos sobre los precios no eran, en consecuencia, equivalentes. Lo que realmente hacía falta era mantener constantes los títulos y y también los depósitos; de ese modo toda salida de oro repercutiería exclusivamente sobre el stock de billetes; sin embargo, esto último era imposible por razones prácticas. De todos modos, esta regla se revelaría inaplicable. Las críticas de R. Torrens, de Lord Overston y de G. Norman (director del Banco de Inglaterra), condujeron en 1844 a el acta de Peel.
  

El Acta de Peel

Departamento de emisión Departamento de Banca
Oro Billetes Billetes Depósitos
Títulos del Tesoro     

Créditos y Títulos

 
 

Esta nueva Bank Charter establecía una división al interior del Banco de Inglaterra entre el instituto de emisión (encargado de la emisión de billetes) y el departamento de banca (jugando el papel ordinario de un banco). La correspondencia entre los billetes y la cobertura metálica se aseguraba del siguiente modo: el departamento de banca podía reembolsar los depósitos en billetes, pero debía dirigirse al departamento de emisión para obtener el reembolso de los billetes en oro. Si añadimos que el volumen de títulos del Estado debía mantenerse a un nivel muy bajo, se debe concluir que el volumen de billetes estaba estrechamente relacionado con la cobertura metálica, en términos de variaciones y en términos de montante total. En resumen, lo que tenemos es una especie de patrón oro a nivel interno similar al que debería existir a nivel externo. Este sistema automático, que salvaguardaba la convertibilidad, confería a la masa monetaria una evolución anticíclica y estabilizadora.

Por su parte, los partidarios del banking principle se opusieron a este conjunto de concepciones teóricas y reglas prácticas. Estos últimos emplearían los argumentos tradicionales de la doctrina de los efectos reales que hemos discutido antes. Además de ello, Tooke sostenía que no había motivo para preocuparse por una emisión excesiva de billetes; si acaso ocurría ésta improbable situación, los portadores de los billetes harían efectiva la convertibilidad, de modo que se eliminaría el excedente (esta es la llamada teoría del reflujo). Para muchos, sin embargo, este último era un argumento peligroso; en efecto, ¿qué pasaría si la cobertura metálica es insuficiente?.

Otras críticas más interesantes a la currency school fueron las formuladas por la llamada Banking School. Tooke y Fullarton, por ejemplo, resaltaron que no todo se limitaba a la circulación de billetes. Efectivamente, la mayor circulación de depósitos podría compensar adecuadamente una contracción fiduciaria y lo que efectivamente hará falta será fijar un coeficiente fijo entre los encajes de billetes de los bancos y sus depósitos (en sistema de reservas). La Banking School también ponía el acento en el papel de prestamista de última instancia del banco central (papel que el Banco de Inglaterra no quería reconocer, limitándose al de "instituto de emisión". Pero, ¿cómo podría un banco central negarle liquidez (en este caso de billetes) a los demás bancos sin ponerlos en peligro de quiebra?. De ahí, según la Banking School la necesidad de tener un comportamiento suficientemente flexible y de no relacionar de manera muy rígida la emisión de billetes con stock de oro.

Entonces, según la banking school, ¿qué condiciones y sobre qué bases se debe definir la política monetaria?. Estos autores pensaban que lo importante para la política monetaria se situaba más del lado del crédito que del dinero y que, en consecuencia, la política de tasa de descuento debería ser el instrumento privilegiado para evitar las crisis monetarias. De cualquier modo, los partidarios de la currency school les superaron en el debate y la ley de 1844 consagró. al mismo tiempo, el privilegio de emisión del Banco de Inglaterra y la estrecha dependencia de la creación fiduciaria respecto al stock metálico.

2. La Determinación de la Renta y la Teoría de las Crisis

La teoría ricardiana que vimos en el cuarto tema del programa nos describe y analiza una dinámica de equilibrio. En su construcción no hay lugar para desequilibrios permanentes, ya que estos serán absorbidos por el ajuste de los precios, por la movilidad de factores de producción y por los ajustes en la población. Sin embargo, no puede decirse que los clásicos ignoraron las crisis económicas o que se limitaron a construir una teoría exclusivamente válida para el largo plazo. En este apartado estudiaremos lo que dicen los economistas clásicos sobre el análisis de corto plazo de la economía.

El punto de partida de la reflexión clásica es la célebre ley de equilibrio conocida con el nombre de Juan Bautista Say (1767-1832), lider de la escuela francesa, profesor de eSay.gif (25356 bytes)conomía industrial en el Conservatorio Nacional de Artes y Materias, y miembro del Colegio de Francia. Say expone su ley en 1803 en su tratado de Economía Política del siguiente modo (ver Martina): "dado que los productos se intercambian por productos" no pueden existir desequilibrios globales entre la oferta y la demanda. En palabras del propio Say, esta idea se justifica del siguiente modo: "vale la pena resaltar que un producto terminado ofrece, desde el momento en que se produce, un desembolso a otros productos por todo el montante de su valor. En efecto, una vez que el último fabricante ha terminado un producto, su principal deseo, para que el valor de ese producto no se quede en sus manos, es venderlo. Además, para que el valor de dinero no permanezca ocioso, el fabricante tiene la misma prisa para deshacerse del dinero que obtiene con la venta de su producto. Pero, sin embargo, el único modo de deshacerse del dinero es demandando la compra de un producto cualquiera. Vemos entonces que el sólo hecho de la formación de un producto crea, desde ese mismo instante, un gasto y una demanda de otros productos". De ahí la celebre conclusión: "El dinero no cumple más que un oficio pasajero en el doble intercambio y, una vez concluídos los intercambios, nos encontraremos con que hemos pagado unos productos con otros" (p.140)

En la cita anterior se encuentran resumidas la teoría de Say y sus hipótesis implícitas. Evidentemente, Say niega la posibilidad de un desequilibrio global entre la oferta y la demanda de productos. Si sólo se producen bienes para la venta y si sólo se venden bienes para comprar otros bienes, la equivalencia contable entre la suma de las ventas y la suma de las compras excluye la posibilidad de una sobreproducción general o de una insuficiencia global de bienes. Ahora bien, esto no excluye la posibilidad de desequilibrios sectoriales. En efecto, nada garantiza, que la oferta de un bien particular sea suficiente para satisfacer la demanda de ese bien específico, o que la demanda existente pueda absorber toda la producción. Sin embargo, como el equilibrio global está asegurado, de ello resultará que la suma algebraica de los desequilibrios sectoriales es nula. Say subraya este punto con mucho énfasis: "ciertos productos sobreabundan porque otros faltan" (p.141). Estos desequilibrios parciales no suponen ningún problema importante ya que se deben corregir de un modo natural. Los precios de los bienes de los sectores deficitarios aumentan, los de los sectores excedentarios bajan. Estas señales traducen incentivos favorables en unos sectores y desfavorables en otros y la movilidad del capital garantizará los ajustes adecuados de producción. En resumen, en el marco rígido establecido por Say, en el que es imposible la existencia de un desfase global entre la oferta y la demanda de bienes, se deduce lógicamente que la economía de mercado, gracias a las señales que trasmite a los productores, es capaz de obtener el equilibrio económico general en el que todos los mercados individuales están simultáneamente en equilibrio.

La ley de Say puede ser objeto de varias interpretaciones que veremos a continuación. La primera interpretación, la versión fuerte, asimila la ley de Say a una identidad contable que se cumple por definición en el corto y en el largo plazo. La segunda interpretación, la versión debil, concibe la ley de Say como una igualdad que no necesariamente implica la identidad de la oferta y la demanda de bienes a nivel agregado. Mencionemos de paso que, desde John Stuart Mill, la diferencia entre ambas versiones se entiende mejor si se tiene clara la teoría monetaria implícita en cada versión posible de la ley de Say. A continuación estudiamos, en su orden las dos versiones mencionadas.

2.1 La ley de Say: versión fuerte

El razonamiento anterior supone una teoría monetaria muy particular. "El dinero no cumple más que un oficio pasajero" y no cabe hablar de "demanda de dinero" en un sentido equiparable al que empleamos al hablar de la demanda de bienes. Es decir, en otras palabras, el dinero, simple vehículo de cambio sin utilidad práctica alguna, no es objeto de ningún tipo de demanda específica. En otros términos: la contrapartida de la oferta de bienes no es la demanda de dinero, sino, de hecho, la demanda de otros bienes. Esta proposición puede resultar contraria a las apariencias, pero para Say es una realidad demostrable. Ofreciendo bienes en el mercado "usted pretende que es en el dinero en lo que está interesado: yo mismo le digo que es en realidad en otros productos. En efecto ¿para qué quiere usted el dinero? No es acaso con el propósito de obtener materias primas para su industria o comestibles para su boca?. Ve ahora claro que son esos bienes los que le hacen falta y no el dinero" (p.138)

Así, el dinero no tiene ninguna influencia real; el dinero no será nunca más que "el vehículo del valor de los productos" (p.138). En el intercambio, el dinero se enfrenta a los dos polos del mercado de bienes: a los productores que fijan la oferta y a los consumidores que fijan la demanda. La verdadera naturaleza del intercambio es la de ser "real", aunque, por razones de simple comodidad práctica, sea monetario. En efecto, detrás de su apariencia monetaria, la esencia del intercambio es el trueque. El dinero es neutral, es un simple velo de los intercambios reales.

Esta versión de la ley de Say, algunas veces calificada de versión fuerte o de identidad de Say, niega la posibilidad lógica de un desequilibrio global en el mercado de bienes. Su argumento teórico es la insignificancia del dinero en los intercambios de bienes. En esta versión, le corresponde al sector real el determinar los tipos de cambio de unos bienes por otros (es decir los precios relativos) a través de la confrontación de la oferta y la demanda de los bienes específicos . ¿Cómo se determinan entonces los precios absolutos y el nivel general de precios?. Esta explicación se debe buscar en la teoría cuantitativa del dinero. Así, la ley de Say (en su versión fuerte) y su complemento (la teoría cuantitativa), "dicotomizan", la formación de los precios: al sector real le corresponde la fijación de los precios relativos y al sector monetario la fijación de los precios absolutos. Cabe añadir que el nivel de producción se determina exclusivamente en el sector real, sin influencia alguna del dinero, con lo que podemos decir que, en esta versión, la ley de Say es una ley de determinación de la renta monetaria.

2.2 La ley de Say: versión debil

En sus análisis Say no se dio cuenta de en qué medida su razonamiento dependía estrechamente de una teoría monetaria implícita. Es John Stuart Mill (1806-1873), hijo de mill16.gif (5806 bytes)James Mill y autor de la síntesis más célebre de las ideas clásicas (Principios de Economía Política, 1848), quien en su ensayo titulado Unsettled Questions of Political Economy, desarrolla la idea según la cual la identidad de Say se refiere de hecho a una economía de trueque y no es directamente aplicable a una economía monetaria. "Para que el argumento de la imposibilidad de una superabundancia de todas las mercancías sea aplicable a una economía donde hay un medio de cambio, deberemos considerar al propio dinero como una mercancía. Si duda alguna, en ese caso, deberemos admitir que no puede haber simultáneamente superabundancia de todas las demás mercancías y superabundancia de dinero".

J.S. Mill afirma, en el mismo texto, que el dinero tiene una utilidad específica. Como medio de cambio y reserva de valor, el dinero rompe el trueque en dos intercambios separados: bien contra dinero y luego eventualmente dinero contra otro bien. El segundo intercambio no se hace al mismo tiempo que el primero, no tiene forzosamente el mismo valor que el primero y tal vez ni siquiera se lleve a cabo. La función del dinero como reserva de valor permite mantener abiertas todas las posibilidades. Además, si, por ejemplo, los agentes económicos desean detentar más dinero que el que está disponible (es decir, si nos encontramos en una situación de demanda excedente en el mercado de dinero), el conjunto de estos agentes ofrecerá una cantidad de bienes mayor que la que demande (es decir, se producirá una situación de oferta excedente en el mercado de bienes). En consecuencia, las crisis de sobreproducción son perfectamente posibles. En ese caso, siguiendo a Mill, "hay realmente un excedente de todas las mercancías con respecto a la demanda nominal, en otros términos, hay una insuficiencia de la oferta de dinero". J.S.Mill concluye entonces que, en una economía monetaria, puede existir un exceso o una insuficiencia global de producción de bienes. La contrapartida será un desequilibrio en sentido contrario entre la oferta y la demanda de dinero.

Así, el aporte fundamental de la economía clásica en general y de Mill en particular está en modificar la respuesta de Say a la cuestión de la crisis; la crisis económica se hace posible desde el momento en que se reconoce la posibilidad lógica de un desequilibrio a nivel agregado de la economía. De esto surge inmediatamente la siguiente pregunta: ¿existen mecanismos correctores automáticos que vuelven a conducir la economía al equilibrio, tanto en el mercado de bienes como en el mercado monetario? Si la respuesta a esta última pregunta es afirmativa hablaremos entonces de igualdad de Say o de versión debil de la Ley de Say; si la respuesta es negativa tendremos que concluir que la ley de Say es una curiosidad teórica y que, una vez admitida la posibilidad de la crisis, no es demasiado útil.

Si admitimos la existencia de mecanismos automáticos de ajuste, obtendremos algunas conclusiones sobre la determinación de la renta, de los precios absolutos y de los precios relativos que serán muy similares a las que obtuvimos en el apartado anterior en el que estudiamos la versión fuerte de la ley de Say. Sin embargo, y esa es la diferencia fundamental, en la versión debil de la ley de Say, estos resultados aparecen como consecuencia del ajuste de los desequilibrios globales y no como consecuencia de la afirmación de la imposibilidad lógica de los desequilibrios de oferta y demanda agregadas.

Efectivamente, según la mayor parte de los economistas clásicos, estos mecanismos estabilizadores automáticos existen y se pueden resumir en dos mecanismos fundamentales: uno, directo, se refiere al efecto de ajuste de los desequilibrios a través de las variaciones inducidas en los precios y el otro, indirecto, se refiere a los efectos de ajuste a través de la dinámica del tipo de interés.

a. El mecanismo directo, expuesto por John Stuart Mill, se basa en las interrelaciones existentes entre los mercados de bienes y de dinero. La disminución de los precios, que acompaña al exceso de producción, terminará por hacer crecer la demanda de bienes y por establecerla al nivel de la oferta. Por otra parte, la caída de los precios también hará disminuir la demanda de dinero (ya que el valor de las transacciones previstas disminuye), y terminará por llevarla al nivel de la oferta monetaria. Así, cuando, por ejemplo, el desequilibrio inicial es un exceso de oferta de bienes acompañada de un exceso de demanda de dinero, la deflación permite recuperar el equilibrio general.

b. El mecanismo indirecto, descrito por Thornton en Nature of the Paper Credit of Great Britain (1802), se basa en que el efecto inmediato de un exceso de demanda de dinero (debida por ejemplo a una contracción de la oferta monetaria) es el aumento de la tasa de interés por encima de la rentabilidad del capital. Como consecuencia de ello, disminuye la demanda de bienes de inversión y los precios de tales bienes (con lo que aparece un exceso de oferta de bienes de capital). Esta disminución de los precios permite la compra de bienes de capital obteniendo menos dinero en préstamo que antes. En segundo término, al disminuir la demanda de dinero disminuirá también la tasa de interés. El equilibrio, tanto en el mercado de bienes como en el de dinero, se restablecerá cuando la disminución del tipo de interés sea suficiente para recuperar la igualdad entre la rentabilidad del capital y la tasa de interés.

2.3 La teoría de las crisis
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Se plantea ahora un problema que ha dado lugar a una larga discusión entre los historiadores del pensamiento económico. ¿Sostenían los clásicos la identidad de Say o la igualdad de Say?. La respuesta a esta cuestión es difícil ya que sólo J. S. Mill tuvo una visión clara de la estructura teórica del problema. Sin duda, en los escritos de Ricardo, Torrens, Senior, James Mill y John Stuart Mill se pueden encontrar fácilmente proposiciones en favor de la versión más fuerte de la ley de Say (el dinero es un velo, la oferta crea su propia demanda, los precios relativos se determinan en el sector real, el nivel de precios es proporcional a la cantidad de dinero, etc). Sin embargo no se debe caer en el reduccionismo y sostener que todos los economistas clásicos eran partidarios de la versión fuerte de la ley de Say y negaban la posibilidad lógica de la crisis. Todos los autores clásicos sabían, porque entre otras cosas era evidente, que la economía estaba sometida a períodos de expansión seguidos de crisis de sobreproducción y de aumento del paro. Cuando se plantea la cuestión de las crisis, los partidarios de la ley de Say se precipitan a insistir en la existencia de mecanismos correctores automáticos restablecedores del equilibrio, eliminadores de la sobreproducción y recuperadores del pleno empleo. Las crisis se conciben entonces como fenómenos esencialmente transitorios, lo que nos lleva a la versión debil de la ley de Say.

También hay que mencionar que una rama importante del pensamiento clásico no adoptó la ley de Say, ni como identidad ni como igualdad. Malthus es el principal representante de aquellos que creyeron en el carácter recurrente de las crisis, en el riesgo permanente de un desequilibrio general y en el peligro de un "estancamiento secular" debido al subconsumo (o a la insuficiencia de la demanda efectiva como diría Keynes posteriormente). El debate sobre esta cuestión, entre Ricardo y Malthus, es uno de los más célebres (y, podríamos añadir, más persistentes) de la historia del pensamiento económico. Veamos sucesivamente las tesis de los dos autores:

2.3.1. La tesis de Ricardo.

Ricardo adoptó explícitamente la ley de Say. Pero no se conformó con decir que los productos se cambian por productos. También extrajo la conclusión de que no podía haber un exceso de acumulación de capital y que, en consecuencia, siempre será posible la plena utilización del capital acumulado. La relación de esta proposición con la ley de Say es simple y surge de un modo natural: como la oferta crea su propia demanda, la producción interna, que proviene del capital acumulado, no puede estar limitada por la demanda. De ello resulta que "en un país no puede acumularse ningún capital que pueda no ser utilizado de manera productiva". Podemos resaltar que este punto de vista es completamente coherente con el modelo ricardiano. En este modelo la única razón que frena la acumulación de capital reside en la caída de la tasa de ganancia ligada a los rendimientos decrecientes de la producción de bienes de subsistencia. La caída de la ganancia no nace entonces de una acumulación excesiva que conduzca a una producción superior a la demandada. En suma, para Ricardo, cuando el incentivo para invertir (es decir, la tasa de ganancia) es suficiente, el capital resultante de esa acumulación siempre rinde un benefício a su propietario y no hay motivo alguno para que no se utilice.

Lo esencial del argumento está en la ley de Say. Sin embargo, en su correspondencia con Malthus, Ricardo expone algunas otras razones que le llevan a pensar que efectivamente existirá una demanda para todos los bienes suplementarios que se produzcan. En el largo plazo, la acumulación de capital hará aumentar la población al conducir a un aumento de los bienes salariales producidos y distribuidos. El crecimiento de la producción será entonces absorbido naturalmente por el crecimiento de la población. Evidentemente, se puede objetar diciendo que el problema de la crisis es una cuestión del corto plazo, acaso del medio plazo, en el que se excluyen los ajustes de población. A corto plazo Ricardo admite que el aumento rápido de la producción puede crear un problema de insuficiencia de demanda. Pero este problema se minimiza en tanto hay otro mecanismo corrector que se pone inmediatamente en marcha. Siendo la población constante, el crecimiento rápido de la inversión conduce a un aumento de la demanda de trabajo y, en consecuencia, de los salarios. El aumento del poder de compra de los salarios crea una demanda potencial suplementaria. ¿Se expresará esta demanda en el mercado? Sin duda, para Ricardo, la respuesta es afirmativa, aunque la demanda de "trigo" (es decir, de bienes salariales) es inelástica al ingreso, no ocurre lo mismo con la mayor parte de los demás bienes de consumo (fundamentalmente los industriales). Sin embargo, aunque admitamos que en definitiva los trabajadores no ahorran, el problema no está totalmente resuelto, ya que los salarios sólo constituyen una parte de los ingresos distribuidos.

Según Ricardo, el regreso al equilibrio se consigue del siguiente modo. El aumento de los salarios por encima del tipo natural lleva a una disminución de la tasa de ganancia. De modo que los incentivos a invertir disminuyen, lo que reabsorbe el exceso de acumulación. Además, este mecanismo impide igualmente que el desequilibrio sea muy importante: el aumento de los salarios que acompañará la tendencia a la sobreacumulación hará bajar inmediatamente la tasa de ganancia, apagando las veleidades de sobreinversión antes de que estas se realicen. En total, el mecanismo autocorrector asegura que el ritmo de acumulación del capital se mantenga sensiblemente a tono con el crecimiento de la población.

2.3.2. La tesis de Malthus.

Malthus se opone a Ricardo, y niega la existencia de su mencionada autorregulación de los mercados. Su razonamiento no tiene desafortunadamente el rigor del modelo ricardiano. Para Malthus, en primer lugar, conforme al espíritu clásico, el acto de ahorrar es simultáneamente un acto de inversión. Se ahorra para invertir y realmente no hay una distinción importante entre los dos conceptos; de una parte, porque los agentes que ahorran son los mismos que invierten y, de otra, porque no hay ningún motivo para atesorar el dinero cuando se tiene la posibilidad de prestarlo a interés a aquellos que van a invertir. Es decir, para Malthus, no puede haber un problema de oferta excesiva de ahorro con respecto a la demanda de inversión.

Supongamos ahora un aumento de la propensión a ahorrar (y en consecuencia a invertir), causada, por ejemplo, por la persistencia de una tasa de ganancia elevada. Esto significará una disminución del consumo de los capitalistas. Tal disminución del consumo se traducirá, supongamos que completamente, en que los trabajadores improductivos que empleaban los capitalistas se conviertan ahora en trabajadores productivos. No olvidemos en efecto que, en la tradición clásica, la inversión se concibe básicamente como un aumento del fondo de salarios de los trabajadores productivos. De modo que, en esta hipótesis extrema, pero plausible, en la que simplemente hay una sustitución de trabajadores improductivos por trabajadores productivos, la masa salarial total no aumenta en absoluto cuando aumenta el ahorro y, en consecuencia, no hay motivo alguno para que aumente el tipo de salario y, mucho menos, para que aumente el consumo de los obreros. Sin embargo, la producción sí aumentará y surge inmediatamente la pregunta de ¿cómo se absorberá el exceso de producción? Malthus cree que, en este caso extremo, no hay ningún mecanismo automático de ajuste.

La hipótesis anterior parece un tanto excesiva. Es posible que el crecimiento de la inversión sea tal que aumente la demanda total de trabajo y que, dado que el tamaño de la población es fijo a corto plazo, aumenten los salarios. Sin embargo, según Malthus, tampoco en ese caso general hay mucho que esperar del aumento de consumo obrero. En efecto, Malthus estaba convencido de que los obreros reaccionarán al aumento del salario con una disminución de la oferta de trabajo (el objetivo de los trabajadores es asegurar un fondo básico de bienes de consumo que ahora se alcanzará con menos horas de trabajo). De manera que si la compensación entre tiempo de trabajo y salario es perfecta, el ingreso de los trabajadores permanecerá constante y el consumo no aumentará. Como ya hemos visto, Malthus explica el comportamiento de los agentes económicos en función de una serie de razones sicológicas y no se plantea la pregunta de si tales comportamientos son o no racionales. En 1817 escribe lo siguiente en una carta a Ricardo: "Tu pareces creer que las necesidades y los gustos de la humanidad están siempre a punto para la oferta, mientras que yo soy rotundamente de la opinión que pocas cosas hay más difíciles que inspirar nuevos gustos y necesidades, especialmente con viejas materias primas; que uno de los grandes elementos de la demanda es el valor que la gente atribuye a las mercancías, y que, cuanto más plenamente se adapte la oferta a la demanda, tanto mayor será este valor, y por lo tanto mayor será el número de dias que se intercambiará... Estoy profundamente convencido de que prácticamente el actual obstáculo para la producción y la población surge más de la carencia de estímulo que de la carencia de capacidad de producción".

De todos modos, aunque admitamos como posible un aumento del consumo obrero, según Malthus, éste no podrá igualar el aumento del producto. En efecto, por hipótesis, el aumento (en todo caso eventual) de los salarios totales es necesariamente inferior al valor del producto creado. Tenemos entonces que encontrar un gasto suplementario en otras clases sociales. ¿Podríamos esperar un aumento del consumo de los capitalistas? Sin duda la respuesta de Malthus es no. En primer lugar, porque nos encontramos precisamente en una situación en que estos han aumentado el ahorro en detrimento del consumo; y, en segundo lugar, por razones que, también en este caso, son psicológicas: los capitalistas han elegido ahorrar, es decir han optado por la austeridad como forma de desarrollar sus negocios.

Descartado el aumento del consumo ¿deberíamos esperar un aumento de inversiones de los capitalistas, a través de nuevas demandas de trabajo productivo, en este caso, para la fabricación de bienes de capital? También en este caso, la respuesta de Malthus es negativa. En primer lugar: ¿qué razón puede haber para invertir más cuando lo que observan los empresarios es que los gastos de la economía son insuficientes para absorber la producción adicional? En segundo lugar, la tasa de ganancia, que ha disminuído, no puede ser un estímulo a mayores inversiones; más bien, al contrario, amenazará con provocar el cese de la acumulación de capital y con conducir empresas a la quiebra y trabajadores al paro. Finalmente, lo más importante es quiza que una solución de ese estilo (via aumento de la inversión), sólo servirá para aplazar el problema. La inversión suplementaria colmará tal vez por un tiempo el desfase entre la oferta y la demanda efectiva, pero, al aumentar la capacidad de producción, acentuará el problema para el período siguiente.

Entonces ¿qué alternativas existen para hacer aumentar el consumo o, lo que para Malthus es equivalente, para estimular el empleo de trabajadores improductivos? Es aquí donde Malthus asigna un papel específico a los propietarios de la tierra. Debido a su costumbre de emplear una servidumbre numerosa los terratenientes constituyen un soporte esencial de la demanda efectiva. Como es de esperar, sobre este punto la oposición de Ricardo es total. Para Ricardo, los propietarios ociosos se benefician del crecimiento económico sin participar en él, reciben los dividendos de "la avaricia de la naturaleza" bajo la forma de renta y sus ingresos constituyen una base fiscal que el estado puede explotar sin producir efectos negativos sobre el funcionamiento de la economía. Para Malthus, por el contrario, los propietarios son una clase social estratégica que con sus gastos improductivos pueden colmar el desfase entre la demanda efectiva y la oferta agregada y, como consecuencia de ello, son fundamentales para sostener el empleo y para evitar la crisis. En el mismo orden de ideas, para Malthus, será bienvenido el papel del sector público en el desarrollo de obras públicas. Malthus insistirá en que el carácter improductivo de tales gastos es una virtud esencial: "no se puede criticar la utilización de este modo de sumas importantes, obtenidas a través de impuestos, porque estos impuestos tiendan a disminuir el capital empleado en el trabajo productivo; esto último, hasta cierto punto, es precisamente lo que buscamos" (principios, p.429.)

En resumen, la tesis de Malthus es la siguiente: la absorción de la producción exige que haya una demanda efectiva suficiente. Sin embargo, la economía tendrá una tendencia crónica, por exceso de ahorro-inversión, a generar una producción que sobrepase la demanda efectiva. Lo que Malthus desea es una tasa de ahorro óptima que no sea muy baja, lo que limitaría el crecimiento, ni tampoco muy elevada, para que el consumo necesario pueda estar a la altura. Hay que encontrar el equilibrio entre el consumo y el ahorro-inversión, lo que en el lenguaje clásico quiere decir un equilibrio entre el trabajo productivo y el trabajo improductivo.

Para Malthus el problema de la crisis es de una importancia fundamental. La economía está permanentemente amenazada por un exceso de ahorro; siempre que las perspectivas de beneficio sean favorables, la tendencia natural de los capitalistas es la de precipitarse a nuevas inversiones. A corto plazo, si aparecen los problemas de insuficiencia de la demanda efectiva, se producirá un freno a la acumulación y se desencadenará la crisis económica con su cortejo de empresas en quiebra y de obreros en paro. Para Malthus, éste es un fenómeno recurrente: la economía es fundamentalmente inestable.

Sin lugar a dudas, insistiendo sobre la demanda efectiva, Malthus desarrolló una concepción fundamental de la economía en el corto plazo que alcanzará toda su importancia, más de cien años después, de la mano de Keynes. Sin embargo, resulta un poco chocante la total ausencia de mecanismos de ajuste en la que insiste el pensamiento malthusiano. Acaso, por ejemplo, la caída de los precios no servirá para reabsorber la oferta excedente de productos; o, por poner otro ejemplo, la caída de la tasa de ganancia no será un antídoto contra la inversión excesiva. El esquema malthusiano sólo es válido si admitimos rigideces nominales que impiden que los precios cumplan su tarea de conseguir el ajuste en un plazo de tiempo relevante. Por otra parte, también cabe dudar de la validez de algunos hipótesis importantes del esquema de Malthus; por ejemplo, aquella según la cual la oferta de trabajo es inelástica a corto plazo y disminuye cuando aumentan los salarios, o la que insiste en que los hábitos de consumo son inmutables. En efecto, el razonamiento de Malthus está construido sobre un conjunto de rigideces cuantitativas cuya justificación se encuentra en algunos apriorismos psicológicas contestables.

3. La Teoría Clásica del Comercio Internacional

Los elementos esenciales de la teoría clásica del comercio internacional se encuentra en Smith, Ricardo y J.S.Mill. A continuación examinamos sucesivamente las tesis de estos tres autores.

3.1. Adam Smith: las teorías de la "ventajas absoluta" y de "vent for surplus"

Como en muchos otros campos, es en Adam Smith donde tenemos que buscar el origen de la teoría del comercio internacional de la economía clásica. Orientada hacia la teoría del crecimiento, La Riqueza de las Naciones encuentra con naturalidad un papel al comercio internacional. En efecto, como hemos visto, la división del trabajo es el factor fundamental del crecimiento. Pero, la división del trabajo está limitada por el tamaño del mercado. En la medida que los intercambios internacionales permiten aumentar la base del mercado, se convierte entonces en un componente esencial del crecimiento económico.

Cada país puede tener algunas ventajas absolutas para la producción de determinados bienes. Esto dependerá de las dotaciones naturales específicas de una región (fertilidad del suelo, presencia de minerales, situación geográfica, clima,....), o de ciertas particularidades adquiridas (población numerosa, mano de obra experimentada, sistemas de comunicaciones,....). Los costes de producción más bajos que en otros lugares serán un incentivo para la especialización regional y, por ello, para el comercio interregional. La principal ventaja resultará de permitir a cada quien comprar allí donde los costes de producción sean más bajos y, en consecuencia, con los mismos costes de transporte, beneficiarse de precios más bajos.

Para Smith, el comercio internacional no es, por naturaleza, fundamentalmente algo diferente del comercio ineterregional. Las ventajas absolutas de una nación sobre otra para la producción de un determinando bien determinan al mismo tiempo la especialización y los flujos de los intercambios. De este modo, cada país puede proveerse en el exterior de los bienes cuya producción doméstica es muy cara o imposible. Además, como dice Smith: "no es importante, desde este punto de vista, que las ventajas de un país sobre otro sean naturales o adquiridas. En tanto que un país tenga las ventajas de las que el otro carece, al segundo le será siempre más ventajoso comprar del primero que fabricar por su cuenta" (p.259-260).

Esta teoría, denominada de la "ventaja absoluta", parece suponer una cierta movilidad de factores. En efecto, las ventajas sólo pueden ser utilizadas si los factores se desplazan para ponerlas en marcha y darles valor lo que, además, crea una tendencia a la igualación en el espacio de las tasas de ganancia y de las ventajas netas de los empleos. Smith, sin embargo, no utiliza explícitamente esta hipótesis de movilidad para explicar las ventajas de los intercambios internacionales (hipótesis que, para él, es evidentemente aceptable dentro de las fronteras nacionales). Smith en este caso es también un tanto ambiguo. Sin embargo, la teoría de las ventajas absolutas, en el marco internacional, si bien no se apoya explícitamente en la movilidad de factores, si la sobrentiende y, por lo menos, no la excluye. McCulloch, quien desarrollará posteriormente la teoría de Smith, considera que las dotaciones en recursos naturales constituían la base de las ventajas absolutas y que la movilidad de los factores, imperfecta pero real, crea una tendencia a la igualación internacional de sus remuneraciónes.

Además, la especialización internacional implica que la producción de bienes, al beneficiarse de una ventaja absoluta, sobrepasa la demanda interna. La demanda internacional es la que asegura una "movilización del excedente" (Vent for surplus) expresión con la que también se designa la teoría de Smith.

En resumen, las ventajas absolutas (naturales o adquiridas) determinan la especialización internacional (parte integrante del desarrollo de la nación); además, la especialización crea una capacidad excedente de producción en los campos en los que existe la ventaja absoluta y este excedente debe ser absorbido por la demanda internacional. Por esos motivos, aparece al mismo tiempo el carácter irreversible del esquema de desarrollo nacional y la dependencia creciente de la nación con respecto a la demanda extranjera. Pero estos inconvenientes pesan poco con respecto a las ventajas del comercio. La división internacional del trabajo promueve el crecimiento de cada nación, ya que ella significa un ahorro general de recursos productivos y la posibilidad de obtener los bienes allí donde estos son menos caros. Esta es en definitiva la dimensión internacional del liberalismo de Smith.

3.2 Ricardo y los "costes comparativos"

Para sitúar la teoría ricardiana de los "costes comparativos" en relación con la teoría de la "ventaja absoluta", lo mejor que podemos hacer es utilizar la presentación de Haberler (Theorie of International Trade).

Sean a y b los costes de producción de dos bienes, indicados por los subíndices 1 y 2 según el país en que se produzcan. La ventaja absoluta del país 1 en la producción de a se escribe:

a1<a2

La ventaja absoluta de 2 en la producción de b se escribe:

b1>b2

Esta situación de ventajas absolutas, que conduce a 1 a especializarse en la producción de a y a 2 a especializarse en b, puede escribirse como:

a1/a2<1<b1/b2

Sin embargo, también podemos imaginar otra situación en la que el país 1 tiene una ventaja absoluta para producir a la vez a y b:

a1/a2<b1/b2<1

El mérito de Ricardo está precisamente en haber demostrado, en el capítulo VII de los Principios, que los países 1 y 2 tienen interés en especializarse (y en comerciar entre ellos), a pesar de la desventaja absoluta de 2 con respecto a 1 en la producción de ambos bienes. El ejemplo numérico elaborado por Ricardo aclaró este punto. Supongamos dos países, Portugal e Inglaterra, cuyos costes respectivos (en hombres-año) para producir una cantidad de vino (bien a) y de tela (bien b) son los que se muestran en el cuadro. Aplicando la teoría del valor trabajo, los precios relativos internos serán iguales a los cocientes internos de los costes de producción de vino; estos costes se suponen constantes:
 
Vino (a
Tela (b)
Precio relativo
Portugal (1)
80
90
0,89
Inglaterra (2) 
120
100
1,2
Para Portugal puede resultar ventajoso exportar vino e importar tela a cambio. Esta ventaja reside en el hecho de que, si Portugal produce una unidad de tela, le costaría 90 hombres año, en tanto que si produce una unidad de vino, y esta unidad se puede intercambiar contra una unidad de tela, la unidad de tela habrá costado finalmente 80 hombres. Podemos ser más precisos: para Portugal es ventajoso exportar vino e importar tela siempre que el precio internacional del vino en términos de tela sea superior al precio relativo interno (es decir en tanto que Pa/Pb>0,89). Simétricamente, para Inglaterra supone una ventaja exportar tela e importar vino siempre que el precio de la tela en términos de vino sea superior al coste relativo interno, es decir, en tanto que Pb/Pa>1/1,2.

Como estas dos relaciones son perfectamente compatibles, existirá al menos un precio internacional para el que el intercambio sea rentable para las dos partes; es decir que cumpla con la siguiente condición:

0,89< Pa/Pb <1,2

o, de un modo general: a1/b1< Pa/Pb < a2/b2

De este modo, Ricardo demuestra que, si existe alguna diferencia entre los costes comparativos, los países tendrán interés en especializarse en la producción para la cual cuentan con mayores ventajas ( o para la que cuentan con menores desventajas). En una situación de libre comercio, y de competencia perfecta, esta especialización se producirá de un modo espontáneo. El interés personal de cada quien y la racionalidad de sus decisiones serán la garantía de que se consiga la mejor situación posible.

Es importante resaltar que la teoría de los "costes comparativos" no es simplemente una ampliación de la teoría de las "ventajas absolutas" con la que Ricardo pretende construir una teoría completa de los intercambios internacionales. Todo lo contrario, las conclusiones de una y de otra teoría son diferentes. En efecto, si se aplicará la teoría de las ventajas absolutas al ejemplo anterior, no habría producción de vino ni producción de tela en Inglaterra. Los costes más elevados de producción determinarían beneficios muy bajos en Inglaterra para que los precios sean competitivos, lo que llevaría a un desplazamiento del capital de Inglaterra hacia Portugal.

Pero, para mencionar una comparación de J.S.Mill, no podemos hablar de Portugal e Inglaterra como si se tratara de la rivera norte y la rivera sur del Támesis. Para Ricardo y para J.S.Mill, hay diferencias fundamentales entre el comercio ineterregional y el comercio internacional. Ricardo afirma lo siguiente al respecto: "Es fácil explicar la causa de la diferencia que existe a este respecto entre un país y varios países: esta tiene que ver con la facilidad con la que un capital pasa constantetemente, en el mismo país, de una provincia a otra para encontrar un uso más rentable y con los obstáculos que, en similares casos, se oponen al desplazamiento del capital de un país al otro" (p.118). La falta de movilidad de los factores de producción es entonces una hipótesis crucial de la teoría ricardiana. En resumen: para Ricardo, el comercio interrregional existirá siempre que existan ventajas absolutas entre regiones. Por su parte, el comercio internacional existe siempre que existan diferencias de costes comparativos entre las naciones ( es decir ventajas comparativas).

3.3 J. S. Mill: la teoría de los "valores internacionales" y la "demanda recíproca"

La teoría de los costes comparativos descansa sobre un conjunto de hipótesis muy particulares: básicamente sobre la teoría del valor trabajo y sobre la constancia de los costes de producción. Habrá que esperar a Haberler y la teoría de los costes de sustitución para disponer de una reformulación de la teoría del intercambio internacional integrando otros elementos y, específicamente, la combinación trabajo capital y los rendimientos decrecientes. Por otra parte, la teoría ricardiana no permite explicar cómo se establecen los precios relativos internacionales (es decir los términos de intercambio), ya que en ella no aparece el papel de las demandas nacional y extranjera. Esta laguna fue llenada por J.S.Mill.

Su teoría llamada de los "valores internacionales" y de la "demanda recíproca" está formada por dos proposiciones.:

1. "los productos de un país se cambian contra los productos de otros, por un valor tal que la totalidad de sus exportaciones puede pagar exactamente la totalidad de sus importaciones. La ley de los valores internacionales no es más que una generalización de la ley general del valor que denominamos la ecuación de la oferta y la demanda." (Principles,..p.592). Así las cosas, la oferta de exportación de un país A es la contrapartida contable de su demanda de importaciones: las funciones de oferta de exportaciones y demanda de importaciones se confunden. Para el país B ocurre lo mismo. En equilibrio, la oferta de exportaciones de A (idéntica a su demanda de importaciones) debe ser igual a la demanda de importaciones de B (idéntica a su oferta de exportaciones). Entonces, en equilibrio, "la cantidad de mercancías demandadas por un país a otro país paga exactamente la cantidad de mercancías demandadas por este al primero" (p.593). Es en este sentido en el que podemos hablar de "demanda recíproca": la demanda de un país paga la demanda del otro.

2. Los términos de intercambio (y los precios relativos) dependerán de las funciones de oferta y demanda. Pero, "habida cuenta de que es imposible asignar una regla general a los gustos y a los medios de los consumidores, es imposible decir por adelantado en qué proporciones se intercambiarán las mercancías entre sí". Sin embargo, el principio general se puede plantear con facilidad. Un país obtendrá sus importaciones de acuerdo a los términos de intercambio tanto más favorables en cuanto la demanda extranjera de sus productos sea mayor y su demanda de importaciones sea menor.

A finales de los años 1870, Alfred Marshall consiguió una representación gráfica que todavía se utiliza de la teoría de J.S.Mill. En el gráfico anexo OGB y OA indican los costes comparativos de los intercambios internos entre la tela y el paño respectivamente para Inglaterra y Alemania. Se trata de líneas rectas, ya que el razonamiento se desarrolla en precios constantes. Habida cuenta de la estructura de costes, Inglaterra ofrecerá tela y Alemania paño. La curva OS1 indica la cantidad mínima de paño demandada para una cantidad dada de tela ofrecida. Esta curva se sitúa por encima de OGB en caso contrario Inglaterra tendrá interés en producir su paño en lugar de importarlo. Además, esta curva se aleja progresivamente de OGB, ya que Inglaterra deseará ceder cada vez una menor cantidad de tela para obtener el paño alemán. Su posición y su forma dependen de las demandas internas de paño y de tela. Por construcción, entonces, todos los puntos por encima de OS1 son admisibles para Inglaterra. Podemos conducir el mismo razonamiento para Alemania.

Los puntos sobre la elipse OP, e interiores a ella, son admisibles para los dos países. Pero el punto óptimo es P, ya que para todos los demás puntos se puede encontrar una mejor solución para uno u otro país. En P los términos de intercambio se definen por la pendiente de la recta Ot.